Carla Bodoni: rara avis
13 junio, 2011Carla Bodoni, Stephen Vincent Benét y Sylvia Beach en la librería Shakespeare & Company, París, 1921
De sobra se ha demostrado que la escasez de datos y las lagunas biográficas benefician en mucho a las grandes figuras literarias. La correspondencia incompleta y los frágiles testimonios orales en torno a Rimbaud no han hecho más que delimitar un seductor abismo que nunca podrá recomponerse del todo, de igual modo que la parca biografía de Isidore Ducasse se ha convertido en pasto de elucubraciones de todo tipo. En Los detectives salvajes (1998) Roberto Bolaño narraba la convulsa odisea de dos poetas en su denodado empeño por recomponer la trayectoria vital de Cesárea Tinajero, una musa de la literatura de vanguardia mexicana cuyo rastro se pierde en el Desierto de Sonora. Algo similar ocurre con la figura de Carla Bodoni, sobre todo porque, en este caso, la escasez de datos fehacientes contrasta con un auténtico aluvión de testimonios dispares que dibujan la silueta de una mujer que, a pesar de haber desempeñado un rol fundamental en el desarrollo de la literatura del siglo XX, parece no haber hecho gala más que de una extremada discreción. Una breve semblanza de Carla nos cuenta que fue
de profesión prototipógrafa, gran erudita y conocedora de lenguas orientales que tuvo a gala imprimir sus libros sin erratas.
Los documentos más antiguos sitúan sus orígenes en Canadá, en el territorio del Yukón para ser más precisos, pero ¿proviene acaso su apellido del insigne tipógrafo GiambattistaBodoni (1740-1813)? No hay modo de comprobarlo. Hasta las fotografías de Carla son escasas, y allí donde por accidente se dejó capturar por la cámara aparece siempre oculta bajo su proverbial y enorme sombrero. Mucho más abundantes son las publicaciones donde se recogió su participación o que tratan directamente acerca de ella, en clave literaria o científica.
Carla Bodoni en las revistas Maintenant (1914) y Dada (1920)
Carla Bodoni fue la fundadora de la Fundación Rara Avis, cuyo objetivo principal era el mecenazgo literario mediante la convocatoria de concursos y certámenes, así como la“creación de espacios que consagraron la ciudad de París como referente artístico”. Si revisamos atentamente el rico fondo documental de la Fundación -del que se nos ofrece una pequeña selección en la web Rara Avis. Expedientes- comprobaremos que esta mujer singular tuvo siempre el don de la oportunidad y quién sabe si no poseyó también el de una sobrenatural ubicuidad. Su nombre aparece en las principales revistas de la literatura de vanguardia francesas: en 1914 junto a Arthur Cravan en Maintenant; en 1919 junto a Tzara, Duchamp y Apollinaire en 391; en 1920 junto a Breton, Aragon o Picabia en Dada, y acompañando a André Gide, Max Jacob y Marinetti en la primera época de Littérature; en abril de 1922 junto a Éluard, Soupault y Huidobro en Le Coeur à Barbe; Se rumorea que a lo largo de los años veinte codirigió en la sombra, junto a André Gide, la Nouvelle Revue Française, y se sospecha que la apertura de la célebre librería Shakespeare & Companyregentada por Sylvia Beach -a través de la cual pudo editarse por primera vez y libre de la censura el Ulysses de James Joyce- no habría sido posible sin el mecenazgo de ese desconocido pilar central de las letras europeas que fue Carla Bodoni. Sin duda fue la musa de incontables escritores y artistas: su inconfundible perfil aparece entre los recortes de estampas de Une Semaine de Bonté (1934) de Ernst, Roberto Arlt la convirtió en el motivo de los Tres cuentos en torno a Carla Bodoni (1937), Clarice Lispector publicó en 1967 en Río de Janeiro O retrato de Carla, y Eugène Ionesco le dirigió dos fascinantes Cartas en 1988. Hasta el mismísimo Stravinsky compuso una suite de ballets inspirados en ella. No es de extrañar, por tanto, que la prestigiosa hispanista Katherine Whitmore le dedicara un riguroso pero inútil estudio en 1942, y que Kingsley Amis intentara en vano sintetizar todas las facetas de Bodoni en The other lives of Carla B. (1965).
Cubierta de The Bodoni Case (1942), de Katherine Whitmore; Cubierta de The other lives of Carla B. (1965) de Kingsley Amis
Lo más probable es que un servidor jamás hubiera cruzado su camino con el de Carla de no ser porque el sitio web Rara Avis. Expedientes me ofrecía la posibilidad de consultar varios documentos relacionados con Ramón Gómez de la Serna. Para mi sorpresa el perfil de la Bodoni aparecía entre la miríada de imágenes del estampario de Ramón en la famosa fotografía del despacho de la calle Villanueva tomada por Alfonso; el nombre de Carla se reconocía también entre la maraña de la Instantánea del cerebro de Ramón que dibujóOliverio Girondo, y al parecer la Bodoni había sido incluso el motivo de uno de los dibujosgreguerísticos de Ramón. ¿Quién demonios era aquella fascinante mujer de la que yo no había oído hablar jamás y de la que sin embargo se conservaban documentos excepcionales? Era un como pozo sin fondo de información para mis inventarios ramonianos. Pero nada hubiera alimentado mejor mis sospechas que, precisamente, aquella apabullante proliferación de datos meramente circunstanciales que en su conjunto se presentaban como una impostura maravillosamente bien compuesta, al estilo de la cultura-ficción de Borges en su Historia Universal de la Infamia, de Bolaño en su falsa recensión deLa literatura nazi en América, o de Vila-Matas en la Historia abreviada de la literatura portátil.
Carla Bodoni en el estampario de Ramón Gómez de la Serna, fotografía de Alfonso Sánchez Portela, ca. 1932 (Haz click sobre la imagen para encontrar a Carla Bodoni, y haz click aquí para ver la fotografía original)
Lo más divertido es que la relación de Ramón con una mujer como Carla era plausible. El madrileño había dedicado espacio en sus libros a mujeres como Sonia Delaunay, Norah Borges o Marie Laurencin, pero me constaba que, al menos en lo que concernía a Ramón, todos y cada uno de aquellos documentos habían sido cuidadosamente falsificados. El creador de aquella brillante impostura sabía bien que hay un momento crucial en el proceso de elaboración de toda ficción en el que una imagen puede, por pura inercia cultural, convertirse en un gran punto de apoyo, y esto a pesar de que todo documento (ya sea escrito, impreso o fotográfico) lleva indisolublemente emparejados el mito de la veracidad y el peligro de la falsificación. En 1965 Antoni Tàpies y Joan Brossa colaboraron en la creación de un libro de artista titulado Novel·la y que consistía en la sucesión, cronológicamente ordenada, de una serie de documentos oficiales relativos a un sujeto ficticio, desde la partida de nacimiento hasta la de defunción, comprendiendo toda la panoplia de certificados académicos, militares, religiosos y civiles que le hubieran sido entonces propios a cualquier ciudadano común. En aquella ocasión la fría sucesión de documentos venía contrarrestada por los trazos oscuros y violentos con los que Tàpies manchaba y empañaba el rigor propio de aquellos papeles. Y es que hay otro punto crucial en la elaboración de una impostura: la solidez de una mentira viene dada también por su nivel de plausibilidad, y este era sin duda uno de los puntos fuertes de Carla.
Carla Bodoni inspiró a Igor Stravinsky su Jeu de danses (Suite de Ballet “Histoire de Carla”). Diseño de Erik Nitsche para Decca
Como ocurría con la Novel·la del tándem Tàpies-Brossa, tras Carla Bodoni y cada uno de los fabulosos expedientes custodiados por la Fundación Rara Avis no se esconde otra cosa que una obra literaria, un libro titulado