sábado, 1 de octubre de 2011

Salís y te matan...

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Por Martín Kohan
30/09/11 - 11:44

Son casi las ocho de la noche de un día de agosto de 2010, y la mujer va caminando por la esquina de Aráoz y Luis María Drago. ¿Tiene miedo? Y claro que tiene miedo. No pocos locutores de noticiero y no pocas refulgentes estrellas de nuestra televisión le han explicado una y otra vez lo que en la Ciudad de Buenos Aires sucede: apenas uno sale a la calle, lo violan y lo matan sin piedad. Esos dos muchachos, por ejemplo, que ahí vienen como si tal cosa, ¿no podrían ser peligrosos? Y claro que podrían ser peligrosos. Bastaría con que levantaran una mano y la cerraran en forma de puño para que se convirtieran en agresores; y dado que llevan las manos flojas al costado del cuerpo, podrían perfectamente levantarlas y cerrarlas. Bastaría con que se sacaran presurosos los pantalones para que se manifestaran como violadores; y dado que llevan los pantalones puestos, podrían perfectamente sacárselos.

La mujer entonces percibe “un riesgo”. Eso es lo que acaba de declarar a la Sala I de la Cámara del Crimen. Percibe “un riesgo” y por ende echa mano al frasco de gas pimienta que desde hace tiempo lleva siempre en un bolsillo accesible, dado que la urbe es jungla y el crimen a todas horas acecha. Los dos muchachos, en cambio, caminan por Aráoz y Luis María Drago lejos de temer peligro alguno. Se ve que no prestan atención suficiente a las advertencias que siempre hacen no pocos locutores de noticiero y no pocas refulgentes estrellas de nuestra televisión. No saben que en la Ciudad de Buenos Aires no se puede salir a la calle sin sufrir agresión y violencia. La mujer que allí viene caminando, por ejemplo, no les inspira ningún miedo ni despierta en ellos sospecha. No piensan que los pueda atacar, ni siquiera se lo preguntan, tal vez ni la vieron venir, van distraídos.

Y sin embargo, ahí tienen: tan luego en esa concurrida esquina porteña, y cuando apenas están por dar las ocho de la noche, esa mujer saca de entre sus ropas un frasco de gas pimienta y les arroja el corrosivo spray en lo posible sobre los ojos. Lo dicho y repetido: salís a la calle y te matan, y si por una de esas cosas no te matan, te rocían la cara con gas apimentado. Las advertencias al final se cumplen. O, mejor dicho, las profecías al final se autocumplen. Los que temen al peligro al final son un peligro.

La Justicia dictó esta semana el procesamiento de la mujer en cuestión por provocar lesiones dolosas, y además le trabó un embargo por una suma de 2 mil pesos. ¿Cómo podría haberse evitado la recién procesada el trance de ese ataque de pánico? ¿Cómo podrían haberse evitado los dos muchachos incautos el trance de ese ataque de gas pimienta? Tal vez comprándose unas buenas camionetas robustas y veloces, blindando sus partes sensibles, polarizando sus vidrios de negro, evitando pisar jamás una vereda de la ciudad, caminar al aire libre en lugares públicos, cruzarse nunca jamás con nadie que no sea un conocido previo; tal como hacen, según parece, no pocos locutores de noticieros, no pocas refulgentes estrellas de nuestra televisión.

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