La dolorosa realidad, nos hace recordar la fábula de Augusto Monterroso, donde el rebaño, tras el arrepentimiento del fusilamiento de la oveja negra, le levantó un monumento y lo exhibió en el parque; mas consideró importante institucionalizar la práctica de fusilar a cada oveja negra que apareciera, para que las generaciones futuras de ovejas comunes, se ejercitaran igual en la escultura. También rememoró la práctica prehispánica de sacrificar guerreros, para aquietar la ira de los dioses o hacer obra de granjearía. La historia nos ratifica cómo la riqueza minera de la entraña nacional, ha sido más castigo que gloria para los mexicanos. De septiembre de 1521, en que inició el dominio español, hasta nuestros días, el usufructo del trabajo minero, ha ido a dar a las arcas de otras naciones o de compañías extranjeras. A México le ha tocado desde entonces, poner a los mineros, siempre indispensables, siempre desechables. Los Magón tuvieron tierra fértil entre lo topos explotados del centro de Coahuila; Carranza fue amonestado por Madero cuando exigió a las compañías mineras mejores salarios y mayor seguridad para sus trabajadores. Olvidó Francisco Ignacio, cómo había organizado a los ribereños, cuando la Compañía Tlahualilo, obtuvo privilegios sobre el agua, en perjuicio de los agricultores del bajo Nazas.
No han tenido los gobiernos, el valor para expropiar la minería mexicana, y una propuesta en este tenor, sería acusada hoy de populista y retrógrada, aunque solamente significara hacer cumplir el maquillado Artículo 27 Constitucional y se buscara que de nuestra riqueza minera, fueran los mexicanos los beneficiarios. Pero el 123, por fortuna está casi íntegro, me refiero a lo escrito, que no en su cumplimiento. Se hace evidente cuando acontece la desgraciada muerte de los piconeros de carbón, en Pasta Conchos, Palaú, Clohete o La Florida. Cada vez las mismas exhaustivas investigaciones, los mismos montajes de las autoridades federales, las mismas caras de sorpresa y rasgadura de sus vestiduras, las mismas conclusiones, las mismas promesas, antecedidas por el “ahora sí”. En síntesis: el mismo libreto, la misma representación. Menos los llantos, porque los muertos serán necesariamente diferentes, sustituibles, sin duda; impersonales, casi fantasmales hasta antes de su muerte, que surgen a la prensa por días, para caer en el olvido; hasta la fecha del nuevo sacrificio, revividos en el recuerdo de los deudos que por solidaridad, sufren con los parientes del renovado grupo de inmolados. Preparemos la escultura del próximo discurso justiciero ante la desgracia del minero, que se creyó el cuento.
domingo, 29 de julio de 2012
El periódico sacrificio de mineros en Coahuila, por Rodolfo Esparza Cárdenas
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