sábado, 8 de diciembre de 2012

Muy Breve Crónica de mis Días.

En el último domingo de diciembre, vino a casa Andrea.  Allí estaba, conmigo, también sentado en la jardinera, Jairo Ossa, mi vecino.  Colombiano, negro, apuesto, culto.  Músico de pro, integrante de la sinfónica de aquí.  No me gusto la actitud de Andrea (ó tal vez lo que no me gustó fue que fuera en mi propia cara).  Quedé harto.  "¿Como pude yo tener una hija con esta?", pensé.

Ya antes estaba harto y asqueado del trato de mi papá.  Si a él lo trataron mal, ¿por qué me tenía qué repetir la receta?  Ya sé que dicen que al hijo mayor siempre le toca la peor parte, pero conmigo se cebó desde que yo era muy niño.  Mis primeras fracturas y golpes se los debo.  Cuando decidió echarse en su cama, trabajé para él en la imprenta desde los 13 hasta los 29 años.  A los diecinueve, puse yo la mía propia.  Pero no por ello dejé de hacerme cargo.

Cansado, pues, busqué tus brazos.  Poco duró.

Luego estuve dos, tal vez tres meses más en México, errabundo, sin tener idea de a dónde dirigirme ni qué hacer.  Busqué y halle: era una imprentita donde me la dieron de tipógrafo con un sueldo más bien pinche.  El sueldo, sin embargo, me dió para vivir todo ese tiempo en el hotel Lafayette.  Una ruina al final de Motolinía.
Hasta eso... estaba contento.  El trabajo me gustaba y pronto me hice amigo de mucha gente de la calle Madero.  Comerciantes, restauranteros, hasta mendigos.
Por ese tiempo me mandé a hacer unos anteojos baratísimos, porque con los que traigo ya casi no veo, pero los perdí o me los robaron andando por la Alameda y Bellas Artes.

Vino después lo de Zacatecas y allí estuve creo que mayo, junio y julio.  Otra chamba temporal, una engañifa.  

En agosto me fuí a Morelia, a petición de una mujer que se llama Ana Elena.  Amiga y discípula de Luis de Tavira, teatrera, pues.  De unos cuarenta años (nunca le pregunté su edad, pero se le veía).  
Allí todo fue peor que lo que había sido el año, un infiernito.  Viajé, compré y vendí, se me hincharon los pies de caminar.  Todo por cuenta de otros (de otra), hasta que me puse, yo mismo, un hasta aquí.  Y no hallé lugar a dónde voltear los ojos que no fuera Torreón.

Cuando tenía dos ó tres dias aquí, ví tu mensajito y te respondí por teléfono.

De esos días a esta fecha, lo sabes todo.

Es esta, en realidad, una brevísima crónica.  Ya se hará larga con el tiempo.

Te quiere,
Abraham.

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