Bosteza el desierto.
En el camino las sombras se sumergen.
Yo no quiero morir sin despedirme
de la figura vulnerable de la nube
que alimenta con sus pétalos al maguey,
al nopal, a los mezquites;
del desamparo inmenso de las olas
que reptan en las dunas,
del canto del chanate peregrino,
del torbellino de las tolvaneras
y de la magia luminosa de los campos
sembrados de maíz.
Yo no me voy a ir
hasta que haya caído la última hoja
que se suspende en el árbol que cobija mis sueños
y los de todo aquel que me acompaña
construyendo los días que escribo en mi memoria
en esta tierra en que nos ha tocado
sufrir, amar, a la que aún nos abrazamos
sin importar las cicatrices y los duelos cotidianos.
Aquí me quedaré
mientras me pertenezca un pedazo de este cielo
y pueda sostenerme el horizonte.
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