Marzo 11 de 2012
Son las cinco y diez de la madrugada, está a punto de pasar el primer colectivo; entra un aire fresco por la ventana de casa que me araña los hombros. Y suena bajita, como un susurro, la música que sale del equipo.
Se está acabando el paquete de cigarrillos que abrí mientras hablaba contigo por teléfono anoche.
Vi en la televisión dos películas lindísimas seguidas, tomé con cada una de ellas una taza de té. La vela de jazmín que encendí hace unas horas se consumió hace un rato. Ahora suena en la casa “Tristesse” de Chopin, tú sabes porque elegí que esa sea la melodía que me acompañe en esta noche en vela.
De alguna manera (es absurdo, lo sé), estoy de guardia. Sosteniendo este extremo del universo para que no caiga sobre ti. Para que cuando despiertes me recuerdes entera y no sólo recuerdes de mí ese extremo, ese borde mío que sientes que te hace daño. Por mi parte conozco tus orillas y contornos, los que hieren como navajas y los que curan como ungüentos mágicos, todavía puedo verlos a ambos.
La madrugada es hermosa y fresca, y la luz, suave. Donde el silencio no hace daño a solas y las sonrisas son dulces porque van hacia ti, a cuidarte en tu cama. Ya sé que es absurdo, pero pienso que mientras esté acá, despierta, no se desbaratará el cielo y la tierra seguirá girando bajo las estrellas con una cadencia perfecta.
Pienso que, mientras tú duermes, alguien debe vigilar para que las pesadillas no te toquen. Alguien debe tener la luz encendida y quererte. Aunque sea armada tan sólo de una taza de té y mi tercer cigarrillo. Cabalgando sobre la música y una vela encendida que te recuerda. Aunque sea sin escudo... Vestida únicamente con una camisa azul que es tuya y un pensamiento que te rememora a través de la noche.
Es absurdo, lo sé de sobra. Un desvelo no puede hacer nada frente a una tormenta de negrura y soledad, mi esfuerzo no es nada si en este momento, en tu casa, te giras en la cama y murmuras tu pesar entre sueños; Chopin murió hace tiempo y además, con la música, no oiré siquiera el colectivo. Y si no oigo el colectivo, puede que no amanezca nunca.
Y aun así, aquí estoy, sujetando mi extremo del universo, como si éste fuera, en lugar del caos, un arco geométricamente perfecto que pudieran sostener a pulso con mis brazos desnudos. Paradójico no?
Un arco iris en medio de la lluvia, o unos labios curvados en una mueca. El arco de un violín. Un puente y, debajo, un río; o la luna en cuarto creciente y tu dormido en ella.
El piano de Tristesse suena tan ligero como siento yo el corazón mientras estoy aquí, imaginándote a salvo. Qué absurdo. ¿Cómo ponerte a salvo con un piano que preludia en la madrugada la tristeza que desde hoy se instala?
Tan absurdo como sacarte a bailar. Bueno: estás dormido. No puedes negarte como se que lo harías. Te pregunto sin hablar: “¿Bailas?”. Y tú sonríes, y te tomo de la mano, apoyo la otra en tu hombro y giramos, cerca, muy cerca, mientras el piano se eleva y amanece sobre Buenos Aires. Tu mentón me roza la frente cuando la música se amansa y el piano retoma la melodía, acompañada de violines. Y bailamos, despacio, sin prisas. Tú, soñando, y yo, despierta.
Escucha... No pienses: sólo escucha.
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