Pero no es la decepción
una culpa ajena
una culpa ajena
No tiene el alacrán
más vocación
que la de la ponzoña
Ni el perro feral
más necesidad que la devorar
No tiene la traición
mejor cosa en la qué solazarse
que su propia necesidad solitaria
que le satisface
Eres tú y soy yo
que, acercándonos,
ciegos,
le damos a jirones
nuestras partes
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