domingo, 1 de abril de 2012

Un Nuevo Mundo

Había pasado la noche aturdida por el frío.  Cuando despertó se encontró en un lugar oscuro y desierto.  

Quiso correr pero se golpeó con una barrera imosible de pentrar, aunque lo intentó varias veces. Entonces se mantuvo quieta, atenta a cualquier cosa que pudiera suceder. Estaba atrapada.

Buscó en la oscuridad algo qué comer.  No encontró más que hierbas secas y tierra.  Sintió que todo se movía y que giraba en el aire.

Cuando se detuvo no había nada más alrededor. Estaba adolorida, pero se aventuró a caminar en el lugar donde se encontraba. Descubrió un pequeño estanque y se entretuvo chapoteando en el agua.  

Más lejos encontró un jardín y  pudo disfrutar de la hierba.  También encontró algo que parecía comestible. Lo probó y lo encontró pegajoso, pero sabía bien y no tuvo remilgos.

Después de comer el sueño la venció.  Despertó cuando se sintió observada.  Era un ser extraño.  Parecía inofensivo; al menos no intentaba hacerle daño, así que permaneció quieta hasta que lo vio alejarse.

La cegó un destello.  Alzó la mirada  y vió una luz amarilla en las alturas que le producía calor.

Imposible moverse, estaba paralizada.  Cerró los ojos y aguardó.  No supo cuánto tiempo pasó pero, al cabo, la luz cegadora desapareció, y todo volvió a ser como antes.

Exploró el nuevo mundo, y se dio cuenta de que ella y el ser que la había visto no eran los únicos moradores del lugar.  Pudo ver otros seis habitantes, todos ellos distintos entre sí.  Su instinto la impulsó a mantenerse lejos mientras no fuera posible saber si eran seres agresivos.

Alguien se le vino encima.  Un ser grande, peludo, con muchas patas y afilados colmillos.  La atrapó, la asfixiaba.

Luchó, se defendió con todas sus fuerzas: fue inútil, no pudo librarse él. Un terrible agotamiento la invadió.  Se abandonó, dejó de sentir.

 

-    ¡Gané! – gritó emocionado el niño de la chamarra roja.  

-         ¡Hormiga debilucha! , no se vale, quiero la revancha – exigió el niño del suéter azul, dando brincos.

-         Está bien – concedió el de la chamarra – porque la verdad, tu hormiga sme pareció algo tonta: desde que la metiste en la caja andaba como perdida, ni se movía casi.  Y ya ves quecuando se acercó el saltamontes hasta se hizo la muerta.

-         El lunes entonces me traigo una hormiga nueva.  Ya me voy porque mi mamá me llama para comer – dijo el del suéter, y se fue corriendo.

El niño de la chamarra se asomó a la caja.

La araña había terminado de comer.

 

Mary Tere Villarreal

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